Imagen: esmas.com
El brillo de tus ojos te delataban, el temblor de tus labios era tan evidente, tus manos intranquilas no dejaban de jugar, y tu cuerpo tembloroso solía expresar ese gran amor por mi.
Solo me bastaba verte un segundo, y sabia al instante que te necesitaba más, tanto, que ya no pensaba, solo quería sentirte, solo atinaba a olerte, todas las veces más, mucho más.
Corríamos a diario para encontrarnos, nos ocultábamos de los demás, de aquellos que nos criticaban, o quizás también nos apoyaban, pero más fuerte era nuestra pasión, esa pasión transformada en necesidad mutua.
Tus noches eras largas, tus sueños recurrentes, tus músculos se contraían, y tus ojos se humedecían al igual que tus genitales, estabas pensando en mi, pero sabias que al final de esa noche llegaría ese nuevo encuentro cargado de placer, de gozo y amor.
Eras mi obsesión, mí dicha y sensación, el día volaba en ilusión, ya llegaba la tarde, otra vez la noche, eras mi objetivo diario, y con el mi desesperación de amor.
Al abrazarnos, encontrábamos la tranquilidad que buscábamos cuando no estábamos juntos, al hablarnos queríamos gritar de felicidad o quizás callar para no interrumpir esos momentos interminables de alegría ardiente.
Tus ocurrencias y tu ingenio marcaban un sendero de armonía, tu risa contagiosa delineaba la reunión, y el calor de tu cuerpo se fundía con el mío; tanto habíamos esperado y también soñado, que al tocarnos los cuerpos desnudos, la ansiedad nos ganaba, enmudecíamos, balbuceábamos sin saber que decir, nos amábamos sin limites, nuestros labios eran solo uno y la excitación incalculable.
No habíamos terminado aún de amarnos y ya queríamos empezar de nuevo, era una sensación indescriptible, seria felicidad, no lo sabíamos, pero que la necesitabas cada día más, era una verdad.
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